Hay niebla y huele a rancio.

Leo que Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, se emocionó en directo al rememorar la tensión del pasado sábado durante su investidura. Tras consultar a las bases de su partido, y tras semanas de negociaciones y tensión, aceptaba reeditar la alcaldía con los votos de los no independentistas, y lo hacía entre insultos y reproches del otro bando. Se emocionó en concreto al hacer una referencia a sus dos hijos por el alto coste personal que ha supuesto todo este proceso.

Leo, releo y no puedo dejar de quedarme estupefacto ante las declaraciones de personajes (todos hombres, como este, este o decenas en redes) que aprovechan la lágrima para atizar sin cuartel. Seguimos a años luz de plantearnos siquiera integrar la vulnerabilidad, la sensibilidad y el cuidado en nuestra política, nuestras instituciones o en cualquier otro ámbito de poder, digamos, encorbatado. Ni una lágrima ni un signo de debilidad.

Dijo Clarissa Pinkola (psicóloga y escritora estadounidense) que «algunas personas confunden el amor con la debilidad. Al contrario, las personas que más aman suelen ser las más feroces y las mejor armadas de cara a la batalla… porque les importa preservar y proteger la poesía, las sinfonías, las ideas, los elementos, las criaturas, los inventos, los sueños y las esperanzas, los bailes y lo sagrado… todo lo bueno que no puede dejarse borrar de la faz de la tierra para salvaguardar la propia humanidad«. Cito desde «Inocencia radical», de Elsa Punset. Todo esto, tan profundo y humano, es lo que el sistema quiere, necesita, busca doblegar para perpetuarse. Llamadme ingenuo e inocente pero sigue habiendo niebla y huele a rancio. («¡David! ¡a tu casa!»)

Por cierto, que yo creo que lo que ha hecho Colau durante estas semanas es política. De la de verdad. No eso de sumar a lo fácil. Y de paso, mira, retrata a unos cuantos de regalo.

Photo by Patrick Hendry on Unsplash

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