Nos juntábamos ayer más de una decena de profesores del Departamento de Dirección de Personas de Deusto Business School (algunas acudíamos infiltradas) para, acompañados de Santi García y Oswaldo Lorenzo, charlar y reflexionar sobre, entre otras cosas, la función de personas en el marco de la transformación digital. De esto se habla mucho, y espero poder recuperar mis notas en los próximos días para compartir algunas reflexiones.
Pero hubo una idea que quedó revoloteando y necesitaba aterrizar. Es aquella de que, en el trajín de la digitalización, las organizaciones se van aplanando y sus estructuras comienzan a prescindir de mandos intermedios («nuestro jefe podría ser un algoritmo»). La automatización se pasa por la piedra al jefe otrora burocrático, coordinador de tareas, repartidor de juego. En más de un modelo de negocio esa capa de estructura no hace más que añadir fricción.
Y he aquí la paradoja. Las personas están más solas que nunca en las organizaciones. Demandan acompañamiento, escucha, conversaciones de crecimiento y desarrollo. Queremos acompañarnos de referentes que nos inspiren y nos reten. Yo apostaría por que esta rara avis de mando intermedio nunca será sustituida por una máquina.
Uno de esos referentes fue para mí Pedro Mendigutxia. Si bien nunca fue mi jefe, ya me inspiraba y me retaba hace más de 20 años. Dijo en su blog que «algo no anda bien cuando buscamos a los directivos entre las personas organizadas, eficientes, y rigurosas en el trabajo y no entre los que mejor entienden el alma humana» (link). Es que hay veces en las que… ni lo uno, ni lo otro.
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