Vuelta a.

Hoy ha sido el día de la “vuelta a” tras el verano.

Escribo la tarde en la que hemos dado inicio a la pre-temporada en Deusto. Lo hago mientras veis la televisión (los pequeños) o trabajáis (la mayor). Subía las escaleras pensando en si sería capaz de resumir en un par de párrafos el verano…

Al encender el ordenador ha empezado a sonar un muy reciente descubrimiento: Jacob David, (1981, ¿joven?) pianista danés que en su biografía de Spotify dice lo siguiente:

My grandfather didn’t like me playing his grand piano. He said that thanks to me, his ears were falling off. In church, people remarked I played too quickly, too rhythmically or just with too much ‘jazz’. Perhaps it is thanks to them that I learned to play much softer and began writing such quiet music. As I sit at the piano, my fingers producing barely a whisper, I still imagine them behind me, chiming in.

Además, en lo que tardaba en llegar al blog, se cruzaba un mensaje de Unai en facebook echando de menos a su aita, que murió hoy hace un año. Me conecto con él al otro lado de la pantalla. Intento sentir, ponerme en sus zapatos, se me acelera el corazón y me aprieta en el pecho. Y aun así es imposible ocupar el lugar para quien no haya vivido la pérdida.

Redactando estas primeras líneas evoco las últimas semanas con abuelos y aitites, hermano y cuñada. Las sobremesas, anocheceres e incluso amaneceres compartidos, las historias y las conversaciones. La suerte de poder seguir tejiéndolas a mis casi cuarenta. Conversaciones efímeras, siempre. Construyéndonos, siempre. Escribo con el ánimo de poder atrapar esos instantes. Para recordarme en Deltebre, en Oropesa, en Artxanda, en Arrankudiaga, donde sea. Iluso de mí, quisiera atraparlo y sentir que así os lego algo en estos párrafos.

Nadie mejor que Jacob David podría acompañarme en este rato. Me hace pensar en las inscripciones y los trazos familiares. En esas marcas que día a día estampamos en nuestros hijos y que bien pudieran ser heridas o, según cómo lo miremos (lo miren), las guías de un mapa. El bueno de Jacob toca tan suave, tan fluido, tan relajado (tan honesto y elegante) que cada susurro al piano da buena cuenta de ello.

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