Pasión por educar.

La llegada del verano evoca en mí recuerdos de otros tiempos. Imágenes a todo color de celebraciones, notas y abrazos con mis amigos del colegio. Me recuerdo despidiendo a aquellos a los que no iba a ver en más de dos meses. Una eternidad. Hoy ese tiempo se nos escapa de las manos.  

En este final de junio pienso en mi amatxu, una de esas “profes” que acaba su curso escolar. Justo hace unas horas me escribía un email: “Estoy en mi último día de curro; no es por dar envidia, a mí me da penita”. Pasión por educar. Luego que me vengan con clichés.

Pienso en ella y en los pasos de gigante que está dando a sus cincuenta y tantos. Consciente de que trabajo y desarrollo siempre deben ir de la mano, se esfuerza para ponerse al día en esto que llaman las nuevas tecnologías.

Este año incorporó el hábito de llevar el ordenador a su puesto de trabajo, tratando de integrarlo en las clases. Instaló el programa para manejar la pizarra digital, crearon cuentas de correo para los alumnos (¿qué correo? me preguntó en su día – ¡Gmail! respondí) y descrubrieron el mundo de Google Apps. Apoyándose en los cursos de informática que toma, creó un blog para los alumnos en clase, comenzó a compartir fotos o vídeos de las actividades de la clase a través de picassa y anduvo a la caza y captura de herramientas educativas que pudiera introducir en los trabajos y el día a día. Y los alumnos se han ido enganchando. Tienen 10 años.

Hace unos meses me contaba cómo estaban construyendo un cuento de manera colectiva y compartida entre toda la clase. Me enrollo con esto porque me encantó la iniciativa. Tan sencilla que me pareció mágica.

Mi amatxu creó un documento en Google Docs con el objetivo de que los alumnos fueran co-creando el texto. Día a día y con total libertad. A ellos les pareció extraño en un principio. En los primeros días solo alguno se conectó. Les siguió lanzando ideas. Tras la primera semana se empezaron a incorporar otros, hasta el punto que cuando llegaban a casa para comer aprovechaban para leer los párrafos que habían escrito sus compañeros y escribir ellos unas líneas. Otros añadían fotos al texto, o realizaron un dibujo para escanearlo e incorporarlo al documento. Mi madre les ha acompañado y animado. También les indicaba las faltas al más puro estilo 2.0; tachando allá donde estaba el error. Comentaban los errores en clase y luego ellos mismos los corregían.

El resultado fue una mezcla de historias de una imaginación desbordante. Si algo tenían aquellos párrafos era creatividad.

Les dieron la libertad, les acompañaron en el proceso de aprendizaje y se afrontó el error de una forma sana y natural. Afortunadamente no se cometió ningún asesinato a la creatividad. Una vez habituados a la tecnología y con unos “iniciadores” enganchados el resultado fue brillante y curioso.

Suele decir Pedro que es importante no enseñar para la escuela, si no enseñar para la vida. Que es bueno levantar la vista del programa y ver hacia dónde caminan tus alumnos. Levantar la vista del programa y ver hacia dónde camina el mundo

Habrá miles de ejemplos como el de mi amatxu. Pero hoy me apetecía reconocérselo. Me apetecía darle las gracias. Y es que en este país se da poco las gracias. A ella y a todos los profesores que siguen creyendo que la escuela es un espacio para soñar. A los que no enseñan por enseñar, si no que enseñan para liberar. Porque aunque se les volverá a recortar el sueldo, a cambiar la legislación y tendrán más niños en clase, aún así seguirán amando su trabajo; inspirando y llenando de significado las razones y los corazones. Gracias porque seguiréis descubriendo y alimentando pasiones, fomentando el discernimiento, la reflexión y el pensamiento profundo. Gracias por vuestra motivación intrínseca.

Gracias por educar a la próxima generación. Por trasladarles las competencias y los valores. Porque ayudáis a moldear el mundo que está por venir. ¡Si es que construís catedrales! En definitiva, gracias por enseñar y mil gracias más por seguir queriendo aprender.

Y el verano ya entra por las rendijas, by Funky64

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