
¿No creéis que vivimos momentos de creciente especialización y tecnificación pero de un enorme analfabetismo existencial? Es curioso cómo en nuestra época, la trampa de la urgencia deriva en marejada individualista que minimiza espacios comunitarios y de crecimiento humano. Hace unas semanas un buen amigo me interrogaba acerca del para qué de la universidad hoy: «En la inmensidad de la red existen numerosas oportunidades de aprendizaje y acceso al conocimiento. ¿Por qué hacerlo en la Universidad?» Era su reflexión cuando le contaba acerca de mi intención de hacer un nuevo posgrado universitario.
En mi círculo de amistades, quien más quien menos ha acabado dominando un trabajo, una tarea, un oficio. Ha acabado ganándose la vida poniendo en práctica una serie de tareas, metodologías y técnicas de cierta especialización por las que les (nos) pagan un salario (que en ocasiones va más allá de lo monetario) y, con ese salario, básicamente, consumimos. En este entorno, las ciencias sociales y lo humanista se reduce a un espacio de «inutilidad» que no alimenta ni engrasa la maquinaria. Por ello, a diferencia de otras épocas, se antoja una quimera que alguien cultive una dimensión integral del ser humano. Y no solo eso, cada vez es más frecuente encontrarnos con una mayoría que lee pero no comprende. O que, en muchos casos, simplemente no lee. De ahí el título de esta entrada.
Los resultados de esta orientación ultra especializada son los que son. Y, sin querer, a este juego han contribuido muchas universidades que animadas por el cortoplacismo han tecnificado sus estudios y han actuado pegaditas a las demandas del ecosistema económico y empresarial. Una tensión evidente que, con el objetivo de dar respuesta a la demanda de estudios hoy, no hace más que cavar su tumba del mañana y, de paso, socava otros aspectos aún más fundamentales, como nuestra democracia. Es una deriva harto compleja. Con estos mimbres…
«La universidad está llamada no solo a hacer avanzar el conocimiento, sino a mover economías e incluso crear naciones» – José Mari Guibert (2018, inauguración del curso académico de la Universidad de Deusto).
Por eso entiendo la pregunta de mi amigo. ¿Para qué volver a la Universidad? Entre otras cosas para cultivar espacios de humanidad, de relación y de comunidad. A veces se nos olvida que cualquier actividad que hagamos va a estar siempre dirigida a otras personas, al servicio de otros. Me encanta rodearme de personas que rompen mis esquemas, se cuestionan la realidad, se hacen (y me hacen) preguntas, y realizan análisis críticos en los que yo no había reparado. Y luego así yo le doy vueltas. Eso debería ser tu profesor/a, facilitador/a, acompañante universitario. No importa cuáles sean los estudios o ese título que buscamos lograr. Si no agregamos una dimensión relacional, de ayuda, de comprensión, de encuentro y de valores, ese logro será incompleto.
Estamos tan obsesionados con el rendimiento y la productividad que olvidamos que el progreso técnico debe ir acompañando del progreso genuinamente humano. La Universidad debe provocar preguntas, alimentar anhelos y cultivar los sueños. Una visión estrecha de la universidad (centrada en el conocimiento, lo técnico, lo inmediato) empobrece su propia razón de ser. Una universidad que ensanche sus metas, que trabaje por la justicia y las necesidades sociales, y que cultive una comunidad universitaria respetuosa y estimulante, será siempre querida, admirada y valorada.
Foto de Cliff Johnson en Unsplash