Muchas personas conocéis acerca de mi curiosidad por todo lo que tenga que ver con la cultura y el propósito de las organizaciones: el «para qué estamos aquí», tanto del ámbito de la función de personas como de la institución y de la organización. Y aunque no haya pasado mucho por aquí últimamente (tengo un tanto desordenada esta casa), este tema emerge periódicamente como uno de mis «silencios recurrentes».
Estos días comparto experiencia formativa con otras 25 personas de la Compañía de Jesús en Loyola. Estamos poniendo punto y final al programa de Liderazgo Ignaciano en el que nos embarcamos hace más de un año, y en el que hemos podido reflexionar y escarbar acerca de nuestras competencias y nuestro perfil de liderazgo en el marco del gobierno de la Compañía y el modo de proceder y de ser de los jesuitas.
Tener esta oportunidad de conocer el carisma ignaciano nos ha permitido conocer el modo de proceder de la Orden. Dando muestras de un rigor y una profundidad de análisis, reflexión y discernimiento que no veo en otros ámbitos de nuestra sociedad. Que nunca había visto en organizaciones / asociaciones con las que he trabajado. Ciertamente, en esto son, sin lugar a duda, una best practice.
Las organizaciones necesitan espacios donde diseñar y cultivar propósito y horizontes de sentido que contribuyan y sustenten el ADN del proyecto (que pretende ser compartido). El propósito es la razón de ser, el «para qué» de una orgorganizan y únicamente desde ahí se puede establecer una base y una cultura que sustente el diseño de estrategias coherentes de atracción y gestión del talento, así como de retención de personas alineadas con dicha misión. En estos casos el compromiso con la organización se incrementa y mejora el rendimiento y la satisfacción laboral.
La trampa, el desencanto, acontece cuando esa misión, visión y/o valores declarados no son coherentes con el ser, con el desempeño y el ejemplo de quienes lideran los proyectos. Cuando el ADN es de cartón piedra. Por eso hoy vengo a mi desordenado blog a agradecer la valentía de los jesuitas al compartir con nosotros su llamada a la misión y su invitación a la colaboración y participación de dicha misión.
Hace un par de semanas, en el encuentro anual de la Comunidad Apostólica de Deusto (en el que nos reuníamos más de 130 personas), nuestro recién nombrado Rector junto con el recién nombrado Provincial nos animaban a reflexionar sobre la brújula existencial de nuestro proyecto, sobre nuestra vocación y sobre la vitalidad de nuestra institución.
En aquel encuentro nos lanzaban 5 preguntas para la reflexión:
- ¿Qué límites tiene la misión de reconciliación?
- ¿Hasta qué punto nuestro desarrollo de la misión de la Universidad responde a los desafíos de la realidad ?
- ¿Deusto ha llegado al límite de lo que la colaboración con otros puede ofrecer?
- ¿Cuál es la vitalidad espiritual de nuestra vida-misión?
- ¿Cómo ayuda Deusto a vivir vocacionalmente y promueve sujetos vocacionales?
Hablamos de profesionales y de vocaciones, del reto de impulsar una gestión activa de la diversidad y la inclusión, de sueños colectivos «en el rincón de pensar», de la identidad como «refugio»… o como «taller», de la vitalidad con propósito, de la apuesta por el autoconocimiento y la humildad, de sentido profundo y de autenticidad. Y yo no dejaba de pensar en la profundidad de este modo de discernir al que nos invitan a participar los jesuitas
Alabadas sean las organizaciones con un propósito y que contribuyen a generar contextos vocacionales y misiones personales alineadas con el proyecto organizacional. He aquí me hallo.
«No es lo que hacemos; es lo que somos». Nos define nuestra identidad, no únicamente nuestra actividad. Aunque, ciertamente, ¿no somos en cuanto hacemos?
Foto de Pawel Czerwinski en Unsplash