[…] Fracasamos cuando comenzamos a mentirnos en los poemas solo porque queremos crear un poema. Por eso nunca reviso nada y dejo todo tal cual lo escribo; si he mentido en un principio, no sirve de nada revisar los poemas, y si no he mentido no tengo nada de lo que preocuparme. A veces leo poemas en revistas como Poetry de Chicago y noto que los han cepillado y pulido. Paso las páginas y nada, solo mariposas, mariposas casi sin vida. Me quedo anonadado cuando leo esta revista porque no tiene chispa, no pasa nada. Y supongo que creen que eso es poesía: una gran nada sin chispa. Hablan de algo bien presentado, pero es tan sutil que no transmite nada. Y piensan que eso es arte inteligente. ¡Gilipolleces! El arte solo es inteligente si te sacude las entrañas, de lo contrario es pura cursilería, ¿y cómo es posible que Poetry esté llena de cursiladas? Ya me dirás.
Finales de enero de 1961.
Charles Bukowski (La enfermedad de escribir – Anagrama).
No he leído las novelas de Bukowski, ya saben que siempre voy tarde. Pondré pronto remedio… Pero cayó en mis manos un ejemplar de «La enfermedad de escribir», la recopilación de cartas y escritos del poeta acerca de su arte. Un recorrido autobiográfico del autor que supura blancos y negros, y anda escaso de grises. Me enganchó desde la reflexión acerca del proceso creativo del escritor. Y aciertan tanto escritor como editor con la selección, ya que el hilo se puede leer como una novela. Tengo la sensación de que Bukowski no conoce a quienes envía estas cartas, y así aun dispara con la mayor de las intensidades, cerveza en mano. A Bukowski no le devolvían los poemas no publicados y él no guardaba copias. Seguía escribiendo. Otros le engañaron y plagiaron descaradamente.
En el negocio del arte hoy, masivo y mercantilizado, cuesta horrores encontrar la chispa que menciona Bukowsky. Algo que mínimamente te remueva nunca estará en portada. Lo más triste es que nadie lo echa de menos, siquiera intuye que existe algo más allá de «lo más leído». Consumen insatisfacción.
Paradoja, hoy se publica más que nunca. Cualquiera puede hacerlo en esa nube que más bien es un mar de plástico. Inviable separar grano y paja… Yo contribuyo a ese mar de plástico musical en el que se ha convertido internet. Excepto para quien lo pare y quizás alguno de sus cercanos, la mayoría de las veces la creación cae en saco roto. Quizás siempre fue así. En mi caso, el síndrome del artista impostor me acompaña desde hace más de 20 años. He sentido el rechazo de lo local y de las escenas con las que me relacionaba desde un inicio. Nunca encajé en ninguna. Pero sigo componiendo cuando el ánimo acompaña. Espero continuar haciéndolo sin esperar nada a cambio.
Foto de Naja Bertolt Jensen en Unsplash