¿Cantamos con principios o cantamos con fines?
¿Cantamos por lo bajo lo que por lo alto no nos atrevemos a cantar?
Hace ciento veinte minutos este iba a ser un texto diferente. Tenía pensado escribir sobre creatividad, la belleza y la profesión, pero será en otro momento. Acabé hablando de algo más hondo: mis miedos ante la dimensión del compartir; el equilibrio entre cuánto abrirme y cuánto protegerme en un contexto y momento como el actual. En este preciso momento vital.
La perspectiva histórica que aportan los años y los hijos es innegable. Los años van llenando tu mochila de experiencias y los hijos te aportan un nuevo prisma que refracta y refleja nuevas tonalidades. Hoy, en el último tercio de la treintena, me he convertido en mi principal censor a la hora de compartir: compartir lo corporal y lo físico (son ya 12 meses sin repartir abrazos), compartir lo relacional, compartir en digital (incluso en esta, mi casa), compartir mi música, etc.
¿De dónde proviene esta auto-censura? Sería algo así como un choque de fuerzas entre lo mucho que me mueve y me ha movido el abrirme y liberar mis pensamientos y juicios desde la espontaneidad (siempre en cc), y la consciencia de que hay quien se está beneficiando, se aprovecha e intenta herirte por hacerlo. También hay algo de fatiga ante lo que nos viene acechando ahí fuera.
Me veo circundado de multitudes con las que no comparto fines ni modo de proceder. También identifico personas pervertidas por el ánimo de acumular y el egoísmo. Me lleva al recogimiento, a estar alerta, a desconfiar, a seleccionar cuidadosamente las conversaciones y las discusiones en las que me embarco, a arrimarme a unas pocas personas con las que hacer camino, a las que acompañar y de las que acompañarme, con las que hacer red y equipo bajo el radar. Y esto no ataña únicamente a lo individual («el hombre es lobo para el hombre»), sino que se ha sumado a una creciente agudeza ante lo incierto y lo complejo, ante los fundamentos mecanicistas y utilitaristas de nuestro ruin sistema: lo político, los intereses organizacionales, los mecanismos de poder, el modelo de consumo, e incluso los sistemas motivacionales.
¿Desde dónde hacemos lo que hacemos? ¿Queda alguien que se ancle en los principios en vez de dejarse llevar por los fines? ¿Por qué no utilizar los «atajos» de los que otros se vanaglorian? ¿Dónde queda la búsqueda del magis, la construcción de ese bien social que nos animaba a promover el servicio a los demás y el compartir?
Quizás únicamente esté hablando de la esencia humana, de mi envejecer. Quizás no sea más que el confrontarme ante el espejo. Quizás sea únicamente esta «cuesta de febrero» que estoy viviendo en 2021.
@ Photo by Vishnu R Nair on Unsplash
Amigo. Lo describes muy bien. Debe de ser algo universal, yo lo leo como si escribieses sobre mí. Creo que te lo he contado. Cuando llevaba 5 años de blog le día una vuelta y para esto ordenada con etiquetas todos mis contenidos. De pronto «intimidades» era la ganadora. El blog había sido un lugar donde documentar preguntas en mi proceso profesional. Me llamó la atención, tuve dudas de si quería seguir compartiendo de esta manera y creo que de alguna forma esta conversación influyó sobre mi blog. Hoy escribo menos. Tengo posts sin publicar dónde comparto mis dificultades en el trabajo en equipo y en red por ejemplo. Creo también aquí en la tensión. Creo que son importantes ambas cosas. Cuando compartimos una reflexión esta vuela de nuestras manos y no sabemos bien dónde acabara posándose. Las manos que acogen son libres de hacer lo que quieran con ellas. En algún caso nos pueden hacer daño. Ese acto habla más de las manos que acogen que de las que soltaron. Dicho esto, a mí esa amenaza también me condiciona. Soy consciente de no poder expresarme por completo. Hay una decena de ideas en tensión que si expreso sé generaran filias y fobias sin capacidad para profundizar sobre los fondos. Las comparto en algunos lugares. En algún caso también de manera abierta pero sin expectativas de generar cambio. Escribes sobre nuestros hijos e hijas. Yo uno de los procesos a los que asisto con dolor es su endurecimiento, la técnica del «zasca» para sobrevivir, la dureza como impostura, la risa como deflacción, el balón como integrador… Es una tensión y seguirá siendo. Tu post igual arrastra otro mío. O no 😀 Abrazo fuerte