Ahora que nadie nos oye, permítanme que despida el año con un sonoro bramido. Me recuesto en el sofá tras un mes de diciembre que ha sido como una montaña rusa de analgésicos y antibióticos, con dos visitas a urgencias incluidas. Un mes que quizás haya acabado siendo reflejo de todo 2017… cañero.
¿Por dónde empezar? No tengo duda: 2017 ha sido el año en el que ha nacido nuestro segundo hijo (¡hola Diego!). Tras un proceso de venta y compra de casas, en el último trimestre del año conseguíamos al fin mudarnos. En el tránsito, 3 meses en los que llegué a montar la cuna no menos que una decena de veces…
La música también me ha alimentado en este 2017, y tras un enarbolado proceso de seducción, volvíamos a montar una banda tras un barbecho que duraba ya 6 años. En 2016 había compuesto algunas canciones y el objetivo era registrarlas con Jagoba, quien nos hizo un huequito en su estudio, TAOM, donde pasé una apretada pero estupenda semana en noviembre. Por último, aunque titubeando en algunos momentos, me acerco al final de la formación en coaching integral que me propusieron Piedad Arbaiza y Elena Quevedo a finales del pasado año. Mirando de nuevo hacia dentro para acompañar hacia afuera. Me escucho desde la indagación, desde el cambio y desde la progresiva integración de mente, cuerpo y emoción. Y comienzo a tejer conversaciones desde nuevos dominios.
En Deusto conseguimos acoger cambios a nivel de equipo, con incorporaciones y bajas largas que en septiembre me hacían verlo todo cuesta arriba. Y es que en este 2017 las ausencias nos han permitido darnos cuenta de lo relevantes que son algunas compañeras. Si bien hemos cubierto el expediente a nivel resultado (con no mala nota diría yo, pero sí con cierto desgaste personal y de equipo), a nivel relacional me llevo la experiencia de comenzar a conectar con dos aliados que sin duda serán pesos pesados y de futuro para mí. Y disfruto de la consolidación de quien se incorporó al equipo en 2016. Ya más que una aliada.
Profundizando en esto último, en el sentido de trabajo y de equipo, cierro el año con un par de reflexiones. ¿Nos sigue movilizando un trabajo de sentido? ¿Dónde anclamos nuestra motivación? Continúo proponiendo que manejemos la clave de aportar desde la relevancia, desde la inteligencia y el cambio trascendente (más allá de lo ejecutivo / operativo / urgente). Viendo el equipo como una red de conversaciones, motivaciones y personas, considero sano que podamos hablar sobre lo que nos moviliza y sobre lo que movilizamos. Sobre nuestros anhelos y compromisos, sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos. ¿Seremos capaces?
¿Y si además de ello trabajamos la competencia emocional y relacional? Sería precioso poder profundizar en esta clave, desde el autoconocimiento y el descubrimiento del resto de personas en el equipo. Algo que ya empezamos a trabajar con las conversaciones de desarrollo. Entendernos en la interacción y en la emoción, haciéndonos más potentes en lo relacional y lo emocional (entre nosotras y con el resto, generando nuevas y más robustas conexiones sociales efectivas, dentro y fuera de la organización).
Acabo recordando un mantra que me traslada Cristina en no pocas ocasiones: la importancia de hacernos predecibles. Si trabajamos la esta clave de inteligencia emocional / relacional, ¿no seremos un equipo más predecible? Efectivos en el diagnóstico y la evaluación, inteligentes en la comprensión y en la escucha, predecibles en el comportamiento y la respuesta.
Mi propósito para 2018 está ahí. Continuar caminando junto a mis compañeros en un proyecto de sentido y con sentidos (con cuerpo y emociones).