Un mes después, sigo arrastrando las líneas que escribí el pasado primero de octubre (monstruos). No hallo la manera de construir el relato que me ayude a procesar lo que sucede. Me cuesta ver cómo se lo explicaremos a nuestros hijos, a quienes hoy educamos en base a competencias como el trabajo en equipo, la cooperación y el diálogo. ¿Quién relatará esta historia?
Ayer, de nuevo, echaba un vistazo a esa actualidad #deponerseatemblar y leía la carta abierta que 188 académicos, intelectuales y políticos acaban de remitir al presidente de la Comisión Europea y del Consejo Europeo.
El bandazo ha sido de aúpa. Mientras unos y otros agitan banderas, nuestros representantes llevan dos años aprobando legislaciones que restringen los derechos de expresión o de reunión, endurecen penas y criminalizan formas pacíficas de protesta. En este tiempo hemos visto cómo la fiscalía promovía la imputación de cantantes y raperos (1) (2) o (3), titiriteros o twitteros en las ya famosas operaciones araña (como si de una red organizada se tratara) o cómo la policía multa a periodistas (1) y (2) y a porteadoras de bolsos de gatitos. En este contexto internet amplifica sonidos que el poder no quiere escuchar.
Esta transición que ha facilitado la red, de consumidores a prosumidores de vertientes políticas, ha convertido a la ciudadanía en agente de opinión real sobre aquello que le interesa. La ciudadanía, como apunta Arantxa, «ya está conversando; busca y comparte información, pide, contrasta e interpela de forma directa a los agentes implicados». La red es una conversación en la que algunos dialogan y otros vociferan. Y según lo que se vocifere, el poder reacciona.
En algunos casos, desde lo público, desde lo local, se está poniendo el foco en la escucha y en el impulsar el encuentro a través de procesos participativos y de monitorización de datos y opinión en internet. Desde otros, como pone de manifiesto la campaña de Amnistía Internacional, se continúa poniendo en jaque la libertad de expresión, el derecho de manifestación y de reunión.
Y hay quien compartirá conmigo que la libertad de pensamiento y expresión, desde la igualdad, son fundamentos democráticos. Que un estado que actúa para cincelar estos valores restringe su propio marco democrático. El pensamiento crítico, auspiciado desde la etapa educativa, la formación de la opinión pública, la crítica y la protesta, son condiciones básicas para el desarrollo de la sociedad así como de las instituciones que nos constituyen. Este país mal informado y aniñado no puede ser plenamente libre. Forzosamente. Desprestigiando la libertad de expresión vamos minando otra serie de derechos, y no muchos nos damos ni cuenta. Pluralidad, tolerancia, respeto al diferente y a las minorías… de todo eso hablábamos hace un mes y de eso continuamos hablando. De cómo este marco escucha y se esfuerza por integrarnos a todas. O no. Quizás es que de verdad no interese.
* La fotografía que ilustra esta página la encontré en Unsplash y la hizo Spenser H.