Please dont stop the music.

El viernes me encontraba en Madrid, en el Madcool, a escasos 40 metros de donde tuvo lugar la caída del acróbata Pedro Aunión. No estaba demasiado atento a la actuación, la verdad (aversión al riesgo, supongo). Me entretenía conversando con Dani y tarareaba Purple Rain cuando de repente la música paró. Al instante supe que había sucedido algo fuera de lo normal. Giré la cabeza hacia la pantalla y en un par de segundos apareció el personal de emergencias, con chalecos naranjas, para socorrer a Pedro. En unos segundos la pantalla fue a negro, apareciendo el logo del festival.

Y entré en shock.

Los siguientes 30 minutos fueron un hervidero de conversaciones sobre lo sucedido. A mi alrededor no lo podíamos creer. Muchos habían visto la caída en directo, y otros muchísimos ni siquiera se habían enterado de lo sucedido. En todo caso, en nuestra zona, la noticia corrió como la pólvora. Pensamientos y reflexiones en alto sucediéndose para explicarnos qué había podido pasar.

Finalmente tras un considerable retraso, Green day salían a escena. Me quedé estupefacto, no daba crédito. Porque sabíamos que Pedro había fallecido. Pero no fue eso lo que me inquietó (alguno sugirió que quizás era más sensato continuar por motivos de seguridad), sino que ni siquiera la muerte pudiera tumbar el ambiente festivo que rodea a un evento de estas características. Hacía apenas media hora había fallecido un artista y el show continuaba (the show must go on). Y la masa coreaba enérgica, gritaba «eeeeoooos» animados por la banda (can you feel it? what a wonderful night!), aplaudía a rabiar los fuegos artificiales del show, bailaba, subía al escenario. Y tantas otras cosas.

https://twitter.com/lamiquiz/status/883608544846778368

Muchos, desencajados, nos fuimos retirando. Otros se quedaron, bebieron y bailaron. Y continuaron bebiendo y continuaron bailando. Yo no pude. Me retorcía al ver cómo la masa me susurraba que, ante la muerte, no pasa demasiado, la vida sigue. Y pensaba en la madre de Pedro, sus hermanos, sus amigos. Para mí fue un sopapo de realidad demasiado sonoro.

Nos fuimos sin saber por qué la organización y las fuerzas de seguridad habían tomado esa decisión. Nos fuimos sin saber si Green Day conocían lo sucedido cuando salieron a tocar («si lo hubiéramos sabido no habríamos tocado», afirmaron el día siguiente).

Lo que hacemos, lo que no hacemos. Lo que decimos, lo que no decimos. Nos fuimos en silencio, sin comprender por qué, ante la muerte, la masa sigue bailando.

 

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