Todo ha cambiado. Es hora de que nos vayamos haciendo a la idea. A nosotros, los jóvenes, esto que está sucediendo no nos lo enseñaron en la Universidad; nadie nos preparó para ello. Pero que no suene a excusa. Como mínimo, deberíamos preocuparnos, informarnos y ser conscientes de lo que hay y por qué estamos hoy como estamos. El objetivo de este texto es debatir y comentar abiertamente cómo están las cosas, e intentar saber qué esperan de nosotros las empresas, para así poder aproximarnos con mayores probabilidades de éxito al reto de encontrar un trabajo. Ser conscientes de cómo están las cosas es el primer paso para poder abordarlas.
El Qué.
Allá por 2008, en el inicio de la crisis, Mario Soares, ex presidente y ex primer ministro de Portugal hablaba del fin del capitalismo de casino, así como del fracaso del modelo la “mano invisible” de Adam Smith: tras años de globalización descontrolada, de no regulación; tras un tiempo de grandes negocios bajo sospecha, de castillos de naipes como el de la construcción; tras un inicio de siglo salpicado por escándalos económicos, financieros y políticos; tras varias décadas de ingeniería financiera y paraísos fiscales, la autorregulación de los mercados ha desembocado en una crisis que no solamente es financiera, de deuda, energética o de liderazgo. Hoy vivimos y estamos inmersos en una crisis social y de valores, que impacta en los cimientos de todo el sistema. Es el hundimiento de un modelo económico que no ha sabido respetar lo que la sociedad necesitaba. Y lo ha hecho amparándose y protegiendo el beneficio de unos pocos. Algo inaceptable y que aún hoy la política no es capaz de ver.
Entonces, los mercados entonaron el mea culpa. Desde la política se emplazó a que fueran los Estados soberanos quienes pusieran fin a esta escalada de despropósitos. Tres años después aún seguimos esperando. Y hemos perdido una oportunidad que sí han sabido aprovechar los Islandeses, poniendo el sistema patas arriba. Si bien es cierto que son previsibles escenarios de futuro en los que la intervención de los estados sea mayor, debemos hacernos a la idea de que, a día de hoy, la tendencia es otra: El sistema no va a cambiar. Pero se está produciendo un traspaso de poderes que va a traducirse en un nuevo liderazgo mundial y que va a impactar necesariamente a nuestro país.
Hoy es ya un hecho el aumento del peso y la relevancia de los mercados, hasta ahora, emergentes. Hoy dos tercios del crecimiento global ya lo aportan los mercados emergentes (Brasil, Rusia, India o China) y amenazan con dejar en la cuneta a unos Estados Unidos que ya se han abonado a la influencia política para seguir maquinando. Es cierto que EEUU sigue innovando, abriéndose a mercados y atrayendo talento, pero sería negar la realidad decir que las grandes poblaciones como China o India no están arrastrando al mundo a un nuevo orden. En un mundo conectado y global, la innovación se transfiere en cuestión de segundos. Es más; que nadie lo dude: China hoy está innovando, está consumiendo, está traccionando todo el continente asiático e incluso el resto del mundo. Propietaria del 18% de la deuda pública española, reducir a China a un país del que aprovecharnos para deslocalizar producción con bajo coste, sería, una vez más, una inconsciencia. Engañarnos a nosotros mismos.
Hoy, una envejecida Europa (en España hoy ya hay un único trabajador en activo por cada jubilado + parado) debe preparar a su población para ser capaz de trabajar en este nuevo modelo “post-Estados Unidos”.
Especialmente crítica y preocupante para todo el continente es la situación de los jóvenes en España. Ayer aparecía la noticia en prensa de que casi la mitad de los jóvenes españoles menores de 25 años están parados. Crítico. Expertos afirmaban que el país que no asegura el futuro de los más jóvenes se autoexcluye del futuro. Es una realidad. No existe receta ni varita mágica que en el corto plazo fomente la creación de empleo y las oportunidades de trabajo para nuestros jóvenes. En términos de empleo, España no es país para jóvenes. Tardará tiempo en llegar, y únicamente lo iremos observando en forma de micro-cambios, innovaciones desde múltiples ámbitos que tardarán en surtir su efecto. A día de hoy debemos ser conscientes de que no va a haber milagro.
El cómo.
Lo primordial es ser conscientes de ello, y asumir la nueva realidad en la que jugamos. ¿Sabemos si este mensaje está llegando a muchos jóvenes? ¿Extrapolamos lo que nosotros vivimos en su día y no estamos sabiendo enfocarles en su aproximación a esta nueva realidad laboral? ¿Sabe la juventud por qué serán valorados en un futuro empleo? Aquí van cinco pistas sobre lo que las organizaciones, hoy en situación de fuerza dado que “pueden elegir”, priman en su búsqueda de talento.
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La importancia de la intuición y el saber estar. El éxito en la carrera o durante la etapa de formación no es suficiente para alcanzar el reconocimiento en el puesto de trabajo. Aspectos ligados a entender las relaciones en el trabajo, comprender la cultura de la organización en la que quieres trabajar o cómo funcionan los procesos y la generación de valor, son críticos. Se reduce al “saber estar” en la organización y al cómo intuir relaciones y comportamientos para los que no ha habido formación alguna.
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Idiomas, nuevas tecnologías, estar al día. La capacidad para aprender los conocimientos asociados a una formación se da por supuesto. El plus a la hora de decantarse por un candidato u otro puede radicar en aspectos colindantes a su preparación (las habilidades con los idiomas, el estar al día en cuanto a las nuevas tecnologías, tener inquietudes ligadas al sector, hacer cosas por su cuenta sin esperar a tener un trabajo en el que poner sus conocimientos en práctica…)
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No esperes a acabar la Universidad para mezclarte con la realidad profesional. La diferencia entre dos candidatos puede estar en haber sido capaz de acercarse a la realidad profesional antes que otras personas. Pregunta, acércate y preocúpate por vincular universidad y trabajo. Las personas jóvenes deben saber que esperar a ser contratados para ponerse en marcha es un error de cálculo. Lo primero es saber que también hay que moverse. Lo segundo y difícil es hacerlo, cuanto antes mejor.
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Jóvenes ágiles, con orientación al resultado, capacidad de seducción y movilidad. Las organizaciones buscan jóvenes ilusionados, con una alta capacidad para aprender rápido, contagiar con su entusiasmo y ganas de seducir al resto. Además, buscan jóvenes que se orienten a cumplir retos, a marcarse metas e ir a por ellas. En definitiva, que estén orientados a conseguir resultados. Además, estos retos tenderán a ser más globales que locales. Siendo un requisito para las empresas el aprender a competir en mercados internacionales, los jóvenes debemos estar preparados para salir fuera.
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Concienciados para sudar. Gustavo Piera resalta la importancia de las 4C: cerebro, cuerpo, corazón y coraje. “Los universitarios salen muy bien formados, tienen el análisis y la información, pero carecen de la toma de decisiones imprescindible para acceder a un empleo, de la energía y la fuerza para poner en acción todo lo que está en el cerebro” afirmaba en Expansión.com.
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Además de capacidad de trabajo, se busca “saber trabajar. De la Universidad salimos con capacidad para realizar análisis, para comprender información compleja, con capacidad para desarrollar trabajo individual. Es natural, dado que es por lo que los jóvenes hemos sido evaluados, valorados y reconocidos durante toda nuestra trayectoria formativa. Pero debemos ser conscientes de que muchas organizaciones valoran otras cosas en ese “saber trabajar” al que hacemos referencia: aspectos como la orientación y saber ganarse al cliente (tanto externo como interno en las distintas áreas de la empresa), el trabajo real en equipo -más allá de un mero reparto de tareas que finaliza al poner las aportaciones en común-, el conocimiento del negocio más allá de las tareas más primaras –el ser capaces de entender y desarrollar visión global-…
Lo anterior nos lleva forzosamente a una reflexión. ¿Es justo medir a los jóvenes por un rasero por el que nunca han sido evaluados y para el cual no están preparados? ¿Cómo podemos valorar la iniciativa, la osadía o la toma de decisiones si son aspectos y capacidades que han sido defenestradas durante toda su trayectoria formativa? ¿Demandan las empresas aquello que hemos reprimido sistemáticamente?
La realidad actual nos obliga a que los jóvenes seamos, al menos, conscientes de lo que se pide y lo que hoy se valora. Y es que, como decíamos al comienzo del texto… todo ha cambiado. ¿O no es así?