Mi indignación.

Leo las promesas de Rajoy en la investidura de hoy. Nuestro ya Presidente pretende rizar el rizo. Cuadrar el círculo. Sacar de donde no hay. Bajaremos los impuestos. Reduciremos el gasto público en 16.500 millones de €. Se dice pronto. Quizás con tanto recorte nos quedemos sin tela. Pero subirán las pensiones. Y eliminará los puentes, -entre festivo y festivo, no entre Portu y Las Arenas-.

No me indigno con Rajoy. Me indigno con otros. Con otros más cercanos. 

Me indigno con mi país. Me indigno con mi país porque no se indigna. Porque damos todo por hecho. Porque aceptamos y nos resignamos a que las cosas son como son. El círculo es vicioso. En parte nace de la escasa curiosidad. De las pocas ganas de ver qué sucede a nuestro alrededor. Gente que se rodea de la misma gente, día a día. Gente que no cambia de círculos. Porque no quieren escuchar al diferente. O porque no los tienen. Gente que se ha vuelto gris porque nunca se rodeó de otros colores -ideologías-. Gente que no lee. O porque leen lo de siempre. Me indigno porque siempre ven los mismos programas. Porque cada día alimentan, bocado a bocado, su rutina. Porque nadie les saca del Pep vs Mou. Y en esas estaban cuando se encuentran con una manifestación del #15M. Pues qué van a decir. Que son todos unos bolcheviques.

Leía el manifiesto de Hessel hace meses. En él reconoce que nuestra generación no tiene las mismas razones -tan evidentes como el fascismo y el nazismo-, para indignarse. No estoy de acuerdo. Como individuos, somos responsables. En este mundo sistémico, en el que todo parece difuso, líquido, con distintas corrientes que se encuentran, la indignación no puede responder a la fórmula a+b=c. Hay que buscar. Hay que mirar más allá de los titulares de Piqueras en el telediario. El no hacerlo, nuestra pasividad ante la realidad actual, nos hace cómplices. ¿Leer el Marca me hace cómplice? Eso es.

Porque la indiferencia es lo peor. Y lo veo a mi alrededor. Me indigno con mi cuadrilla, con algunas amistades cercanas, con muchas familias. Me indigno porque ya la desvergüenza no les causa estupor. Me indigno contra esa actitud de “Yo ya si eso ya me apaño”. Me indigno contra el “paso de todo porque yo tengo trabajo”. Me indigno porque seguimos con nuestras vidas tachando a tantas personas de piojosos tan solo porque tuvimos un poco más de suerte. 

Más allá, hay miles de razones para indignarse. A bote pronto: 

  • Porque la policía maltrata y dispara a manifestantes en Egipto. A quemarropa.
  • Porque cuatro especuladores ponen en jaque el sueño de construir una Europa unida.
  • Porque los tecnócratas desplazan a los gobiernos elegidos (ejem) en democracia.
  • Porque los bancos siguen prestando al especulador y retiran el crédito al más débil.
  • Porque todo esto va a provocar el ascenso de la extrema derecha.
  • Porque a nivel de gestión de empresas caemos y volvemos a tropezar con la misma piedra. Nos hemos olvidado de la integridad y los valores al priorizar el beneficio cortoplacista. ¿Alguien dijo ética?
  • Porque pedimos respeto al de enfrente pero ni se me ocurre plantearme por qué piensa diferente.
  • Porque cada día que pasa aumentan las desigualdades. La brecha es enorme.
  • Porque derechos básicos, universales, así como el estado del bienestar, están en claro retroceso.
  • Porque el único fin de este sistema es crecer y seguir acumulando

Muchos se quejan del escaso compromiso de la sociedad. Mucho me temo que tiene algo que ver con la escasa capacidad de indignarse. Lo apuntaba Hessel en su manifiesto, con referencias a Sartre. La indignación es necesaria. Es sana. Es la observación de la realidad. Es el triunfo de la reflexión y el análisis. Y sobre todo, es el compromiso para conseguir que las cosas mejoren.

* Excelente imagen de Totallycoolpix.com, con ustedes, un indignado.

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