Es curioso. En el teatro de las organizaciones también toca figurar. Y uno de los figurantes de mayor calado suele ser el plan estratégico. Está ahí. De attrezzo.
En esos planes estratégicos de boquilla, suele figurar siempre aquel objetivo que dice:
“Fomentar las dinámicas colaborativas y el trabajo en equipo para bla bla bla bla bla bla bla. Y bla ya si eso”.
En muchas organizaciones esto de la colaboración, del trabajo en equipo, del crear conjuntamente (co-crear queda mejor) se queda en las paredes, en el powerpoint, en el prezi. Echamos la culpa a las herramientas, al 2.0, a la tecnología. El problema sigue siendo cultural. Pero es que lo publican y lo maquetan tan chulo que por unos meses te lo crees.
Claro, me ha encantado el artículo de Amalio sobre las razones por las que colaboramos tan poco y tan mal y se me enciende la lucecita. Colaborar de boquilla no mola. Estaría mejor obrar en consonancia. Más que nada, por el ser y parecer. Y eso, para que triunfe es fundamental comenzar a verlo en las altas esferas.
Está bien que trabajemos en las catacumbas, pero cuando desde arriba en cualquier organización, se da un mazazo anti-colaborador, anti-cocreador, nos saltan las alarmas, y los que andamos en esto del cambio organizacional nos deprimimos. Somos sensibleros. De repente los valores predicados se convierten en valores no observados. Y vuelta a empezar.
Te dirán que trabajan en equipo, pero a lo sumo serán bandas callejeras, mafiosos que se juntan en comisiones o reuniones ejecutivas. Porque en el trasfondo sigue aflorando lo de siempre: el miedo, la falta de honestidad, los intereses y objetivos no compartidos y la desconfianza.
También en la estrategia es fundamental trabajar en la trainera y no en la sokatira.
Colaborar implica integrar diversidad, al diferente, a quienes proponen ideas encontradas. Implica crear desde el acuerdo y no desde la confrontación, la revancha y la victoria parcial. Creemos que ganamos hacia dentro, pero al final, perdemos hacia fuera.
Colaborar implica ceder para ganar conjuntamente, implica tener un propósito común. Porque claro, un propósito común debería partir de valores compartidos. Y ay madre de quien hiciera dicha selección. ¡Que no es de los nuestros coño! En los equipos de dirección se cuece la cultura, y ésta se proyecta y disemina piramidalmente. ¡Son tus valores! ¡Que no nos representan!
Cualquier organización requiere líderes que trabajen en un marco de confianza básica: de respeto, de humildad, de escucha, transparencia. Requiere confianza de la de verdad. Requiere no cuestionarnos el por qué de todo. Requiere dejar de competir, no batallar cada uno en su guerra. Tratarnos todos como iguales. No salir pensando que nos la quieren meter. Y si seguimos replicando la confrontación pues dejémonos de objetivos estratégicos marketinianos.
En fin. Volvemos a un clásico básico, a lo que subyace. La clave es seguir a lo nuestro. Micro-cambio. Micro-cambio. Como apuntaba la gente de K2K hace un par de días: en época de riadas “algunos seguimos pensando en achicar el agua de la chalupa”. Un pasito para delante. Un pasito para detrás.
* La foto. Batallando por la paz…