Se va cerrando el año 2012. En lo futbolístico, estamos echando la persiana a un año en el que se pusieron a prueba los paradigmas y la forma de ver y hacer fútbol en Bilbao. Tras las dos finales, en la villa nos mosqueamos ante un verano esperpéntico y convulso que toda vía estamos pagando…
Hace unos meses, Ibai publicó un interesante artículo analizando la situación del Athletic, el Lezamagate y las fugas de los mejores jugadores del equipo. En dicho texto, lanzaba un montón de ideas interesantes de las cuales me quedo con dos, una reflexión de Marcelo Bielsa sobre el marco en el que compite nuestro equipo y un deseo del autor que comparto al 100%.
La reflexión es la siguiente: ¿Existe espacio para el romanticismo en el mundo del fútbol? ¿Lo existe en el deporte en general? Comencemos con el párrafo redactado por Ibai:
- Me encantaría que los chavales de Lezama, a ciertas edades, supiesen que Pelé jugó 18 años en el Santos y que sólo salió de su Club para retirarse en el Cosmos estadounidense; que Eusebio hizo algo parecido en el Benfica; que George Best o Ryan Giggs eligieron jugar con Irlanda del Norte y Gales antes que jugar con Inglaterra o que Matthew Le Tissier dijo una vez: “Jugar en los mejores clubes es un reto bonito, pero hay un reto mucho más difícil: jugar contra los grandes y ganarles. Yo me dedico a eso”
Sigamos ahora con el apunte de Bielsa. La frase la suelta en el marco de una rueda de prensa, tras negarse Urrutia a vender a Llorente y ante la posible marcha de Javi Martínez.
- “Aquí hay una lucha entre el negocio y el sentimiento, y por eso el Athletic está sufriendo. El Athletic no opera con las mismas armas que el resto. No tiene criterios comerciales en una industria que es comercial. Eso es lo significativo y eso es lo admirable” [Al loro con el entrenador que tenemos. Esto lo apunto yo]
¿Podemos ser románticos y continuar compitiendo con otros? ¿Existe la opción de lo sostenible en un marco de competencia feroz? ¿Tenemos claro lo que nos hace distintos?
Aunque nos tachen de ir contra corriente, parece ser que, por el momento, seguimos en la pelea.
Pero todo esto venía a cuento de otro gesto. De un artículo que leí hace un par de semanas en El País y que me reafirma en la opción de lo diferente. En la opción de lo romántico. En opciones que merecen la pena ser vividas.
Iván Fernández Anaya es un atleta vitoriano que, el pasado 2 de diciembre, corría una prueba de cross que estaba a punto de ganar Abel Mutai. En la última recta de la carrera, sin explicación, Abel se detuvo, pensando que había llegado a la meta; que había ganado. Iván, que llegaba por detrás, le avisó y le indicó dónde se encontraba la verdadera meta. No le adelantó. No aprovechó el error de su rival para quedar primero.
“No merecía ganarlo. Hice lo que tenía que hacer”
En el artículo el autor hace referencia a que la prueba era una carrera menor, a que el gesto le puede dar mayor repercusión a Iván. Incluso apunta las palabras del entrenador, Martín Fiz, quien afirma que el corredor “no sabe superar la presión” y que “en las grandes competiciones se atenaza”. Ridículo. Podemos buscar todas las excusas que queramos. Para mí, el gesto de Iván vale más que el oro. Un gesto de honradez, un detalle romántico que le hace diferente.
Y en eso consiste. Porque hay distintas formas de vivir el fútbol, distintas formas de ganar una carrera. Hay distintas formas de vivir una profesión, de sacar adelante un proyecto, distintas formas de vivir. Iluso o no, yo me quedo con el romanticismo de quienes son parte de lo diferente.
Kurt… “Se ríen de mí por ser diferente. Yo me río de ellos porque son todos iguales”