Seguramente nadie ponga en duda la relevancia que tienen las percepciones en el devenir de las organizaciones. La percepción de incertidumbre, el estatus, nuestra aportación de valor o el reconocimiento son variables que impactan en el clima y el desarrollo sostenible de las organizaciones.
Creo que una de las percepciones que tiene mayor relevancia o poder es la de la justicia / injusticia. Cuando las personas intuyen que quienes toman determinadas decisiones se están comportando de forma injusta, se genera un río de hostilidad, reacciones de autodefensa que destruyen la confianza. Un solo acto apreciado en términos relativos como profundamente injusto puede desmoronar la confianza cimentada durante años, las relaciones de cariño que se dan entre las personas y el clima.
La puñalada de la injusticia es letal, porque ahoga la cooperación, fomenta los miedos y menoscaba la autonomía de las personas. El contexto se vuelve incierto y la organización, aparentemente, ya no se rige por las reglas que definían el pasado. Las personas aprecian que no existe una coherencia entre el decir y el hacer –> muta el ser.
De la misma manera, comportamientos que se perciben como justos o coherentes, fomentan la transparencia, la cohesión y la certidumbre, porque las personas reconocen el marco en el que interactúan en el día a día. Reconocen las reglas del juego. Se fían.
Es un día peligroso aquel en el que la gente aprecia que se han modificado las reglas de forma injusta. Porque cambian las reglas y, necesariamente, cambia el juego.