Andaba viendo un brevísimo corto de Kirmen Uribe en su web y me venía a la cabeza una reflexión que acabo de compartir hace unos minutos en twitter:
“Siempre me gustó que los vascos fuéramos más de pesca que de caza”
Acostumbrado a estar cerca del mar, nunca había pensado algo así. Me he preguntado si la frase tendría algún sentido más allá de la mera anécdota y aquí estoy, con el teclado entre las piernas intentando rascar algo más allá.
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Mucho me temo que caza y pesca responden a arquetipos de hombres y mujeres bastante alejados; cazador y pescador suelen estar a kilómetros de distancia.
Los primeros suelen ser protagonistas, agresivos, nos recuerdan aquellos tiempos antiguos (o no tan antiguos) de reyes y nobleza. Evocan el espectáculo, la ceremonia, la histeria de una jauría persiguiendo la presa. La caza también es conquista, celebración y exhibición, hasta el punto de que los trofeos muchas veces acaban decorando los salones.
La pesca, por el contrario, evoca el silencio, la dedicación, la espera. Visualizo grupos de arrantzales en largas jornadas de invierno alejados de su hogar. La pesca es la noche, la mar, un secundario que espera su recompensa. El pez se utilizaba además como símbolo de Jesús y de los primeros cristianos, “de la verdad profunda (bajo el agua) que se oculta para ser atrapada y, a continuación, salir a la luz”
Seguramente esté haciendo una vulgar generalización, metiendo ambos conceptos en mi batidora de silencios recurrentes. Quiero pensar que estos estereotipados, simplificaciones, al fin y al cabo, nos ayudan a sobrevivir.
* Suelo robarle fotos a mi amigo Josu Torrealday. Seguro que no se molesta si te pasas por su delicioso instagram a echar un vistazo: https://instagram.com/josutorrealday/