Muchos conocéis acerca de mi afición por la música, uno de los ejes centrales de mi vida. Hoy haré una mezcolanza de temas para llegar a una idea central que me sobrevuela desde que hace unas semanas viviera en directo la despedida de “Standstill”, uno de mis grupos de cabecera.
Una vez intuido lo genuino, lo bello, ¿tiene sentido trabajar en algo que no tenga como objetivo central y aspiracional dicha belleza?
La primera vez que me planteé montar un grupo tenía tan solo 16 años. Junto con Neisan, Uri y Dani compartimos decenas de tardes y multitud de sueños de adolescente. Nos hacíamos llamar “All for nothing” y juraría que no llegamos a dar una a derechas… Pronto mutamos de proyecto y, junto con Imanol, Jagoba o Makuto creamos “Whitewood”. Grabamos canciones bonitas, con un punto de inmediatez y visceralidad que nos hacía resultones y dimos casi cien conciertos a lo largo de varios años. La personalidad propia y el paso adelante en cuanto a madurez se refiere lo puse sobre la mesa con las canciones de “Yo, náufrago” y el disco “Manual de Supervivencia”, ya acompañado de Andoni, Julen, Mariana, Borja y Claudio, además de Imanol. Con más edad, comenzaba a darme cuenta de lo complicadas que podían llegar a ser las interacciones dentro de un equipo de trabajo de seis personas; cómo se entrelazaban los egos, los intereses, los contextos y las personalidades heterogéneas y desvirtuaban el objetivo y misión compartida. No tuve herramientas ni fuerzas para mantener el proyecto a flote. No supe. Sin embargo, con la distancia de estos años, creo que era un proyecto digno de ser degustado y apreciado por el público. Mi último paso lo di junto a Eneko “Mobydick”, con quien grabé “Cotard delusion” y pasamos un año precioso dando algunos conciertos a otro nivel. Eneko crea algo muy honesto y canalla, con sabor añejo (mezclado con pacharán). Rezuma belleza y genuinidad por los cuatro costados.
“Yo, náufrago” o “Mobydick” no fueron bandas para pasar el tiempo y componer unas canciones bonitas. Por primera vez tuve la sensación de que podíamos crear algo no únicamente para nosotros o para “gustar”, sino que podíamos llegar a convertirnos en el grupo favorito de alguien. Llegué a respirar ese intangible, esa vocación de crear algo que pudiera conectar.
“Standstill” fueron el “grupo favorito” de muchos. Admirábamos su forma de crear, nos emocionábamos con sus canciones, nos quitábamos el sombrero ante sus saltos al vacío (que más de una vez también criticamos y no supimos entender), su valentía, lo bien que sonaban y lo que hacían (re)sonar en nuestro interior. Hace unas semanas nos preguntábamos, “¿Y ahora qué?” ante su despedida. Lo mismo pasa con algunas personas, con algunas organizaciones, con algunos productos/servicios. Hay quienes consiguen transmitir ese halo especial que facilita que la huella sea profunda, cálida y reconfortante. Que nos vayamos al fin del mundo tras ellos. Algo bello.
A día de hoy no creo que pueda poner sobre la palestra un nuevo proyecto que responda a esta exigencia. Hacer cualquier otra cosa carece de sentido. Y, sin embargo, no estoy para nada quieto. Me voy preparando. Confío en que trabajando desde el autoconocimiento ciertos aspectos personales, profesionales y relacionales, camino en la buena dirección. Todo llegará. En algún momento se activará de nuevo la maquinaria para volver a crear algo tan bello como eso que vi hacer a mis queridos “Standstill”.
* La fotografía está tomada prestada del flickr de @scanner-fm