A través de esta serie de posts continuamos el repaso del modelo de las Interacciones Primordiales de Daniel Taroppio. Los textos se apoyan en las dinámicas y vivencias del taller de “Capacidades básicas del Profesor Facilitador” que impulsa el área de Innovación Docente de la Universidad de Deusto, así como en el propio libro “El Vínculo Primordial” de Taroppio. (*)
Existe la creencia de que la persona que trabaja consigo misma durante tiempo desde un enfoque de desarrollo personal debería vivir libre de conflictos, tanto aquellos de carácter interno como los de carácter interpersonal. ¿Es posible vivir sin conflictos? ¿Es posible no confrontar los unos con los otros? Mi yo actual y mi yo pasado, ¿deben convivir en perfecta armonía?
La existencia de conflictos es la señal de que nos encontramos en movimiento, en el camino. Tanto en la relación conmigo mismo como en la relación con otras personas. Cada persona observamos y experimentamos la realidad desde nuestro propio prisma, nuestro punto de vista. Algunos lo podrán hacer con una mirada más amplia, otros lo harán con un campo de visión estrecho, pero las distintas percepciones, vivencias y experiencias hacen que el conflicto sea inherente al género humano.
Dentro de un universo de múltiples perspectivas la capacidad afectiva es el primer paso para asumir, desde el corazón, que todo puede ser visto desde infinitos lugares y que, por lo tanto, toda mirada merece ser respetada. La capacidad afectiva es el desarrollo de una cultura basada en la evaluación de las situaciones más que en los juicios a las personas. Es el impulso de una dinámica relacional basada en el respeto y la consideración del otro desde la escucha plena y la integración de las diferencias.
La polaridad sana de la afectividad transcurre entre la compasión y la ecuanimidad. La compasión se entiende como el amor que responde al dolor del prójimo con apertura. Es el compartir genuinamente el dolor desde la solidaridad y la “presencia sin defensas”; nunca desde el ego, la lástima o el asistencialismo egoísta. La ecuanimidad es generosidad desde la escucha, es sobriedad y es mesura. Suele pasar desapercibida. Es quizás simplemente estar presente con quien sufre. Es abrir nuestro corazón en silencio.
La polaridad negativa de esta capacidad es la inafectividad, la imposibilidad de conectar y contactar con los demás a través de una relación cálida y sensible. Un ego sano, integrado, vislumbra la capacidad de abrirse a los otros, encontrarse, sentirse con el otro. Comienza el encuentro interpersonal con los otros.
“La compasión, el padecer con el otro, se puede transformar en el apasionamiento con el otro “pasión-con”. Daniel Taroppio.
Muchos hemos crecido bajo el paradigma social de que para crecer en la vida estábamos obligados a sufrir. Nuestros cuerpos y nuestros pechos llevan años bloqueados, nuestra respiración lleva tiempo entrecortada. Hemos crecido minimizando la conexión con lo emocional y lo afectivo.
El chakra ligado a esta capacidad, el cardíaco, nace en el corazón y está vinculado al aire y la respiración. Su energía recorre el pecho, la zona interior de nuestros brazos y alcanza la palma de nuestras manos. Energéticamente fluye desde nuestro corazón hasta el otro, hasta el prójimo. El pecho es autoafirmación, entrega, ternura. El trabajo durante la sesión consistió en abordar movimientos y posturas que permitieran trabajar la respiración, expandir y recoger la caja torácica, vaciar y entregar el aire acumulado. Trató de relajar la tensión muscular, acompañar las inhalaciones y exhalaciones, expandirse y recogerse. Continuamos trabajando el movimiento de brazos, manos y cuello, desde el recogimiento y la autocontención hasta la sensación de apertura, expansión y plenitud. Desde esta disposición y experimentación de apertura pasamos a entrar en contacto con el resto de personas del taller. Elaboramos danzas afectivas, abrazos, afectos, caricias, masajes desde y hacia el corazón. Trabajamos el cuidado, la ternura y las caricias (ejerciendo un rol de padres / madres / bebés). Fue una sesión preciosa.
Parece una paradoja cómo en un momento tan avanzado y global, tecnológicamente hablando, nos empeñamos en perder y minimizar la presencia física. En las reuniones nos juntamos sin tocarnos. Nos comunicamos sin tocarnos, abrazarnos, acariciarnos. En internet estamos en contacto sin que nuestros cuerpos se enteren de ello. Nos comunicamos a distancia pero no fluye energía entre nuestros cuerpos. Sin embargo, los últimos estudios revelan la importancia de las caricias y el contacto para favorecer el bienestar y la mejora del sistema inmunológico. Se comienzan a utilizar en tratamientos de estrés, depresión o con bebés prematuros. Todo pasa por el intercambio de energía, tocándonos desde el corazón con un estricto y sagrado sentido de la honestidad y el respeto. Acompañarnos en este proceso de apertura a la afectividad implica una verdadera auto-transformación, por ello es fundamental trabajar en un plano individual antes de compartir con los otros.
En una sociedad que reprime el contacto, la apertura del corazón libera nuestra necesidad de encuentro, de dar y recibir cariño, de compartir ternura. Permite que la energía de nuestro corazón vuelva a fluir hacia todo lo que tocamos. Finaliza el capítulo Taroppio afirmando que, cuando la afectividad del corazón envuelve la energía de las tres primeras capacidades básicas, pasamos a estar listos para el despertar de los chakras superiores, para continuar con el trabajo de las tres capacidades básicas restantes. En marzo continuamos.
(*) El contenido de este post se basa en el libro “El Vínculo Primordial” de Daniel Taroppio así como en lo acontecido en la sesión del mes de febrero del taller “Capacidades básicas del Profesor Facilitador” liderado por Elena Quevedo y Piedad Arbaiza en la Universidad de Deusto.
(**) Fotografía by Kristina Litvjak.