En los últimos días se me ha activado la vena romántica futbolera. Todo empezó hace un par de semanas cuando el Athletic anunció que Paolo Maldini, ex-futbolista del AC Milan, se convertía en el segundo futbolista galardonado con el premio “One-Club Man Award”. Homenaje del club a quienes se ligan de por vida a un mismo equipo. Sin duda un premio de otros tiempos… Buscamos poner en valor la cultura de cantera, impulsar el vínculo y el compromiso de quienes crecen en nuestro club. Nada más y nada menos. ¿Quién si no el Athletic podría conceder un premio como éste?
Quien ha cambiado de equipo en más de una ocasión, pero levanta sombreros allá por donde pasa, es Juan Carlos Valerón. UD Las Palmas, Atlético de Madrid, Deportivo de la Coruña (13 años) y, de nuevo Las Palmas para cerrar el círculo, ascenso a primera incluido. El canario pone fin a de 21 años como profesional con un merecido homenaje en su tierra. Leo en Marca que estuvo 7 años sin recibir una amarilla ¡y que nunca ha sido expulsado! Le recordaremos con una sonrisa, educado y respetuoso, humilde (dicen que con una desconcertante falta de ambición), familiar, extremadamente religioso. En resumen, naturalidad y autenticidad. Apostaría a que no hay campo en el que no se le haya ovacionado esta temporada. Gente así debería estar de por vida pegada a la cantera de un club. Por cierto, tengo pendiente enchufarme los 40 minutos del documental “La sonrisa del flaco” que emitió Canal+ el pasado año…
Otro que nos dirá adiós este fin de semana en San Mamés es Carlos Gurpegui. 15 años en el primer equipo y casi 400 partidos con el Athletic. Otro One-Club Man. Fuera de Bilbao, Carlos seguirá tristemente señalado por su sanción de dos años por dopaje (hagan el favor de hacer la búsqueda en Google de “Gurpegui” y vean qué búsqueda relacionada se sugiere), pero en Bilbao es muy, muy, muy querido. Miro al pasado, comparo el Carlos Gurpegui que debutó en el primer equipo con nuestro capitán hoy y me convenzo de que el liderazgo se puede construir. Que no tiene porqué ser algo innato. Quizás en esto tenga parte de culpa mi querido Julen Ortiz de Murua…
Y no completo mi particular poker de doses si no dedico unas líneas al Rayito Vallecano. El domingo estuve en un Anoeta semivacío viendo el partido contra la Real Sociedad. Entre 1.500 y 2.000 personas animando al Rayo (más un bilbaíno, el que firma, peñista de “los Ossobucos”). Ganaron los donostiarras 2 a 1 y el equipo de Vallecas ya no depende de sí mismo para mantenerse en primera.
Os hablo del Rayo porque es un equipo que pertenece a otro mundo. El equipo de un barrio que nunca se rinde. En los últimos 8 años han pasado Pepe Mel, Felipe Miñambres (solución temporal mediada la temporada 09/10), José Ramón Sandoval y Paco Jémez (este último desde 2012 hasta hoy). Entrenadores que han transformado el fútbol de un equipo ramplón y gris en uno respetado que es capaz de quitarle la posesión a quien se ponga delante. De vilipendiado (y arruinado por Ruiz Mateos) a ejemplo a tener en cuenta: club que se solidariza con una huelga general, que diseña y vende sus camisetas comprometiéndose con causas de justicia social, que se manifiesta contra el desahucio de una vecina de su barrio, Carmen Martínez, y se compromete a ayudarle a conseguir una vivienda digna (a su vez ésta donó la mitad de lo recibido a Wilfred Agbonavbare, ex-portero nigeriano del club, enfermo de cáncer y que tristemente falleció en 2015). Un club pequeño en lo deportivo y grande en sus valores. Esto no lo digo yo, lo dice su afición…
Este es mi brevísimo homenaje a un jubilado, a otros dos que ya mismo se retiran y a un equipo que, si un milagro no lo remedia, bajará a segunda. Llámenme agorero. Son cuatro ejemplos de los últimos días. Fútbol romántico de ése que surge a bote pronto. Mi particular poker de doses.