Ridícula mecánica.

Miércoles. Me he escapado hace un ratito a ver un concierto en la cajita negra del Kafe Antzokia. Grupo local. Cuatro amigos. Me falta uno que por salud tuvo que dejar los tambores hace algunos años… Por lo tanto, cinco amigos. Cinco amigos que han parido cinco discos en trece años.

El primero, “Cordura”, y el segundo, “La ridícula mecánica de la vida moderna” (una experiencia que pude vivir desde las entrañas de la grabación en el Chalet de Letamendi en Sopelana), fueron un sopapo de realidad para un veinteañero que aspiraba a casi todo. Con algunos años de ventaja, entonces Michi me dijo: “¿tú ves a esa gente que se escapa fin de semana tras fin de semana a ver al Athletic a Valladolid, a Zaragoza, y a tantos otros sitios? Para mí eso es la música. Un hobby que, sin ser muy rentable, tracciona mi vida”.

El último disco, “El mal ya está hecho”, rezuma honestidad por los cuatro costados. Han recorrido un camino tan personal que no puedo más que quitarme el sombrero. Y es que siguen ahí. Hace unos minutos me contaba el propio Michi que antes del concierto les habían hecho una entrevista. Una de las cuestiones venía a preguntarles algo así como que qué esperaban alcanzar con la música (repito, grupo local, cinco discos, no más de 25 personas viéndoles en el concierto de esta noche): con una mueca preciosa respondía: “Esto, no espero más que esto”.

Y es que “esto” es el paso a paso a través del camino. Hay proyectos que desprenden honestidad, esfuerzo, oficio y amor por la música. Luego, algo más arriba, están Cordura.

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