Feliz día de la lombriz trabajadora.

En estos tiempos de cuartas olas de pandemia COVID-19, cuando el fin del estado de alarma está a la vuelta de la esquina -servidor espera nuevos giros de guión-, he llegado a una conclusión: nadie se fía del otro. Nadie se fía ni de sí mismo. Y así, entre la desconfianza, la trampa y el miedo navegamos la tormenta perfecta.

Comencé a escribir este blog siendo un veinteañero. Hoy me acerco a los cuarenta y he dejado de pedir responsabilidades (es un decir) a la generación de mis padres para mirarme el ombligo y pensar: ¡diablos, pero qué mal lo estamos haciendo!. «Ay, jovenzuelo», dirá alguno… Escribo pensando en mis hijos. Los silencios son recurrentes. ¿Cómo educar en un marco de relaciones sano y confiable? ¿Cómo soñar y proyectar futuros positivistas, horizontes de sentido, cuando el espejo les devuelve polarización, menosprecio y destrucción del diferente? ¿Cómo educar cuando estamos rompiendo el acuerdo de mínimos que nos sostuvo durante décadas? Si solo les enseñamos lo que sabemos nunca llegarán a hacerlo mejor que nosotros… ¿Qué modelos y qué referentes tienen?

En estos meses de pandemia, la cúpula de la pirámide (de poder) ha acaparado más y nos ha hecho ver que tiene su propia hoja de ruta. En un momento de enorme complejidad, interrelación e interconexión, vemos que quienes pudieran ser referente en su hacer y compromiso, se desmarcan de lo terrenal. Ya se habla del «virus de la desigualdad«…

Decía Eugenio Moliní en el blog de Emana  que «toda persona que trabaja la tierra sabe que mal pinta la temporada si no encuentra lombrices en el sustrato de su huerta (…) El humus (tierra en latín) lo crean los gusanos a partir de material orgánico. También son los gusanos los que mantienen la tierra aireada, húmeda, esponjosa«. Me alejo del objetivo del texto de Eugenio (más centrado en las dinámicas organizacionales) para usarlo como metáfora sistémica de la relación entre élites y proletariado, entre quienes lanzan cohetes a la estratosfera o comercian en futuros y derivados financieros (bitcoin mediante) y quienes trabajan la tierra. Pienso en las derivadas egoístas de su modelo, a todas luces excluyente, polarizador y poco inteligente. Y es que, como bien apunta Eugenio, operamos en un ecosistema social-económico y ecológico sobre el que, mal que nos pese, no tenemos apenas control, y en el que (ya lo empezamos a observar) la tierra tratará de aniquilar esta garrapata que se ha aferrado a su superficie.

La interdependencia es tan brutal y el reto tan mayúsculo que, o repensamos el modelo desde la cooperación, el cuidado y la inteligencia colectiva (y eso pasa por poner en el centro los cuidados, la responsabilidad individual y comunitaria, la sostenibilidad medioambiental, la igualdad y la inclusión) en pro (egoísta) de la supervivencia, o el resultado no será. Pueden alejarse tanto cuanto quieran. Aun así, son y serán parte indivisible de esta comunidad global e interdependiente.

«La responsabilidad nos debe llevar a cuidar y cultivar la tierra para que sea fértil (…) La propia lombriz hace un trabajo invisible y necesario para que eso suceda». Finaliza y acierta Eugenio (leedlo, por favor). Feliz día de la lombriz, digo… de la persona trabajadora. Feliz día de la fertilidad.

Y acabo ya con una referencia más mundana y familiar. Hace unos días vimos con Martín y Diego la película «Epic: el mundo secreto«, sobre el necesario equilibrio ecológico y la armonía entre la naturaleza y los seres vivos. Los malvados Boogans quieren quemar el bosque y sumirlo en la oscuridad. Me quedé pensando… ¿quiénes serían los Boogans en nuestro mundo de adultos?. También pensé por qué los valores comunitarios, tradicionales y fundamentales están hoy cuestionados y usurpados. ¿A quién beneficia este cuestionamiento? Bueno, al fin y al cabo… era solo una película

 

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