De bises y referentes

El sábado por la tarde estuve con Ricky Lavado y con Pepo Márquez en Gazteiz. Íbamos al mismo concierto.

Ricky me transporta a hace 15 años (o 18, seamos exactos) cuando Standstill hacían que me subiera por las paredes. Y en cada cama almohadas para los cerdos buenos. Cada grabación era un todo o nada, un derroche emocional con el que conecté irremediablemente. Con ellos comprendí que los nuestros eran igual de buenos que los de fuera. El caso es que nunca pretendí ser lo que no era, lo mío era (y es) el pop, pero durante muchas noches me imaginé subido a un pequeño escenario gritando «Two minutes song» o ese «cántame una canción que me diga lo que feliz que estoy» que aún me pone los pelos de punta. Yo siempre estuve ahí, en primera fila (todos sus vídeos deberían haber sido grabados desde la primera fila, como éste de A Coruña).

Pepo me acompaña en la última década. Peores cosas pasan en el mar y lo que vino después. La atracción de ese disco, con sus melodías circulares a base de susurros y una guitarra (aunque detrás siempre estuviera la banda), fue otro de esos destellos que pasan una vez en la vida. Me di cuenta de que Pepo podía acompañarse o no, ir en solitario. Podía convocar a unos músicos o a otros. Podía crear un colectivo (¡la sociedad secreta!) que iba y venía, y del cual siempre querría formar parte. «Quizás yo también podía colaborar con gente distinta», pensé. El caso es que ya no puedo vivir sin The Secret Society (somos un equipo y vamos perdiendo, ojo a eso).

De repente dos referentes en un teatro de Vitoria, mi mujer, yo y los bises de un festival de jazz. Y mis manos al teclado, siempre.

Fotografía de @Pablo Luna de la crónica del concierto de despedida en Apolo.

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