Creciendo en automático.

No me digáis cómo pero hoy domingo, 4 de octubre, me he hallado leyendo acerca de «factores limitantes». Son aquellas variables que, debido a su carácter escaso respecto a otros factores, pueden actuar como frenos al crecimiento (referidos a la biología, la química, la agricultura y también la economía). Crecimiento (runrún).

De ahí daba el salto a un resumen del libro «Los límites del crecimiento 30 años después» (la primera versión data de 1972, encargado por el Club de Roma al MIT) y a la necesaria interacción y sostenibilidad entre los sistemas socio-económicos y naturales. Finalmente he llegado al movimiento / manifiesto «Dark Mountain» acerca del fin de nuestra civilización y ese irrisorio antropocentrismo que nos rodea. El planeta seguirá aquí, y se curará, no necesita que lo salvemos.

Leo y tomo notas mientras Martín y Diego ven Toy Story 2 (por enésima vez) y no dejo de pensar en lo peligrosa que es la inercia. El sistema no se repiensa a sí mismo ni en un contexto tan estresante como una (segunda ola de) pandemia que nos encierra en nuestros hogares. Frenar no proporciona beneficios, el lunes todo vuelve a cotizar en bolsa. Sencillamente, no va a pasar. Es curioso cómo obviamos todo lo que no sea corto plazo. Nuestro corto plazo, claro, dado que planeta y humanidad caminamos a velocidades diferentes. A largo plazo todos estaremos muertos.

Acabo de cumplir 37 años y tengo la sensación de que a mi alrededor todo «crece en automático». Décadas creciendo en automático:

Más facturación, más producto interior bruto, más intercambio, más automatización, más inteligencia (artificial), más valoración bursátil, más inmediatez, más rendimiento, más VAN, más flujo de caja, más deuda a más años, más segundas residencias, más caballos, más cilindrada, más global, más internacional, más comercio, más turismo, más capacidad, más velocidad, más crecimiento, más mercado (único), más campeonatos, más medallas, más fichajes, más conectados, más espectadores, más sueldos millonarios, más marcas, más campeones nacionales, más aviones, más movilidad, más destinos, más países, más altura, más lejos, más tecnología, más contenidos en la red, más canales, más series, más instantáneo, más digital, más móvil, más resolución, más memoria, más ritmo (machacón), más volumen, más revoluciones por minuto, más precocidad, más liberalismo, más pisos, más ladrillo, más segundas residencias, más títulos, más másteres, más nivel de inglés, de chino, de alemán, más rankings, más carrera profesional, más horas produciendo, más eficiencia. Siempre más.

Es la trampa del crecimiento, de la urgencia y la ansiedad. La trampa de la supuesta meritocracia, la dependencia y la impaciencia, el individualismo salvaje. La trampa es el elefante en la habitación.

Ante el abismo, solo nos salvará la educación en conciencia. Más seres y más humanos. Leía a Boris Cyrulnik en «Los patitos feos«, y decía algo que me reconectaba con lo esencial:

Si nos ejercitamos en la práctica del razonamiento en términos de «ciclo de vida», de historia de toda una vida, nos resultará fácil descubrir que en cada capítulo de su historia todo ser humano es un ser total, acabado, con su mundo mental coherente, sensorial, significativo, vulnerable y permanentemente mejorable (…) El vecino ha de preocuparse por la ausencia de la anciana, el joven deportista ha de ponerse a jugar con los chavales del barrio, la cantante ha de organizar una coral y el filósofo ha de alumbrar un concepto y compartirlo. Entonces podemos «considerar que cada personalidad camina a lo largo de la vida, a lo largo de su propio camino que es único».

Necesitaba un párrafo así para dar por acabado este domingo.

Photo by Spencer Watson on Unsplash

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