Universidad, ¿correa de transmisión o espacio de libertad y oportunidad?

Tenemos nuevo Decano en Deusto Business School (mi casa, mi facultad). Álvaro de la Rica, hombre también de la casa con quien he tenido la oportunidad de trabajar todos estos años como Vicerrector de Relaciones Internacionales de Deusto, apuntaba en una entrevista en El Correo que «no todo es ciencia y tecnología y no todo es atender a lo que el mercado laboral necesita en un momento concreto. Lo importante es adquirir una madurez personal y académica a lo largo del proceso universitario (…) La universidad no forma para un desempeño específico». 

Es curioso cómo muchos achacan a la universidad que no prepara para el empleo de hoy, que debería estar más alineada con las necesidades de empresas, organizaciones e instituciones. Pues, oiga, sí y no. No me cabe duda de que es algo que está en nuestro radar permanentemente (formación dual, prácticas en organizaciones, tutores de universidad coordinados con tutores de empresa, experiencias y casos reales en el aula, centenares de profesores «profesionales» impartiendo docencia, investigación aplicada…) pero la Universidad no debiera ser únicamente puente o correa transmisora.

Soy partidario de que la experiencia universitaria genere procesos reflexivos, de autoconocimiento y maduración, fomente el pensamiento crítico / autónomo / con criterio, para la vida. Desde ahí construimos futuro. Para la profesión, para el mercado sí, innegable. Pero mucho más importante, para la vida. La Universidad es un regalo que, regando el presente, prepara para el futuro. Son cuatro años de auto-indagación, método, lectura, reflexión y, con suerte, descubrimiento de vocaciones. Debería serlo.

Mi reflexión va ligada a la necesidad de balancear los intereses sociales y de mercado con la necesaria independencia y autonomía de la institución. Quizás el valor único de la Universidad, más allá del conocimiento per sé, esté en lo transversal, en las habilidades para una vida más plena. A esto mismo se refería el Padre General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa S.I, en el marco de la creación de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas. En Loyola decía:

«La universidad es ese espacio plural en el que se crean las condiciones para el diálogo y la comprensión en profundidad de los procesos históricos, personales e intelectuales. Es un espacio privilegiado para el ejercicio de la libertad humana. Libertad para buscar y hallar a través de la investigación y la docencia los caminos de la transformación social. Es un espacio de esperanza.»

Además, si viajamos hasta sus orígenes, las universidades nacieron con una profunda vocación de independencia. Nacen en el siglo XIII cuando profesores y estudiantes «decidieron organizarse en asociaciones profesionales para defender sus intereses ante las autoridades de las ciudades, y lo hicieron siguiendo el modelo de los diversos oficios de la época y de todas las comunidades administradas mediante representantes: el modelo de la universitas«. «La universidad de los maestros y los alumnos» buscaba auto-gobernarse mediante autoridades propias, independientes de los municipios, los gobernantes y los obispos (mediante beneficios que les eran otorgados directamente por el emperador, el rey o el papa).

¿Por qué no disfrutar de estos 4-5 años de libertad para el crecimiento en vez de empeñamos en encorsetar a nuestros maestros y estudiantes? Luego ya, sí o sí (O NO – quizás sea esto lo que no interesa), nos veremos inmersos en la vorágine de la competencia, la empresa, el mercantilismo, lo práctico y utilitario. Una universidad utilitarista sería un error (si no lo es ya), pues quedaría reducida a mera correa de transmisión del mercado.

* Imagen de la capilla del Kings College de la Universidad de Cambridge.

 

 

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