Primates, acicalado, número Dunbar y coaching ontológico.

Continúo rescatando breves pasajes del texto «Conectados«, de Nicolas A. Christakis y James H. Fowler. Avanzado el libro, abordan la hipótesis del cerebro social y la evolución del ser humano en su capacidad para gestionar redes sociales de mayor tamaño. Mencionan la relevancia de los estudios de Robin Dunbar, quien examina la relación entre tamaño de cerebro y tamaño de red social en primates y concluye que el tamaño esperable de un grupo social humano debería de ser de 150 individuos aproximadamente. A esa cifra se le conoce como el número de Dunbar.

Según Dunbar, no podemos mantener la cohesión y la integridad de grupos sociales cuyo tamaño supere la capacidad de procesar información de nuestro cerebro. Es el número de personas que conocemos y con quienes podemos mantener relaciones estables y coherentes. «El número de personas a las que nos uniríamos sin sentirnos incómodos y sin invitación previa en un encuentro casual en un bar». Según Dunbar, esta evolución hacia grupos sociales más grandes requiere y se beneficia de un neocórtex de mayor tamaño y que esa complejidad social ha requerido y se beneficia de la evolución del lenguaje.

Según el autor, quien estudió grupos de primates, la relación entre el tamaño del cerebro y el tamaño del grupo le permitía predecir cuánto tiempo de acicalado requería cada grupo para mantener la cohesión entre sus individuos. Extrapolándolo al ser humano, concluía que deberíamos pasar el 42% de nuestro tiempo acicalándonos para asegurar esta cohesión.

¿Qué aporta el lenguaje en la evolución de las redes y las estructuras sociales humanas? Según Dunbar, la perspectiva social del lenguaje sugiere que éste evoluciona para mantener la cohesión social de los grupos, siendo clave para adquirir, transmitir y manipular la información social sobre otros miembros de nuestra especie (entiende por tanto que no es una mera herramienta para el intercambio de información). Estima que el lenguaje es 2,8 veces más eficiente que el acicalado para mantener esta cohesión en los grupos y que, por ende, acaba sustituyendo a éste. Por tanto, según el autor, el lenguaje evoluciona para manejar interacciones sociales a pequeña e incluso gran escala.

Las redes sociales y la convivencia en grupos afetaron al desarrollo de nuestro cerebro y, a su vez, estimularon la adquisición del lenguaje facultando la cooperación en grupos cada vez mayores, incluso con personas que son completamente desconocidas, para estructurar sociedades cada vez más complejas, a mayor escala e hiperconectadas.

«Somos seres conversacionales» – Rafael Echevarria

Todo lo anterior me conecta de nuevo con la ontología del lenguaje y el poder de transformación (y el aprendizaje transformacional) al que podemos acceder a través de la conversación y la palabra. No dejaba de pensar en ello releyendo el libro hace unos días. El coaching ontológico ayuda a identificar, escenificar y tratar de superar los obstáculos desde el autoconocimiento, la reflexión, el poder de la palabra y la interrelación. Decía Rafael Echevarria que nos constituímos en las relaciones que establecemos con los demás así como en los sistemas sociales en los que crecemos (dimensión intra, inter y de sistema social). Y en este crecimiento, juega un papel fundamental el lenguaje (activo, transformador) y las competencias conversacionales, que nos facultan y limitan. Desde el lenguaje fortalecemos y mejoramos nuestras relaciones personales, nuestra convivencia y, en definitiva, nuestra vida.

Ya que ya no nos acicalamos, que al menos nuestras conversaciones sean un poquito más satisfactorias.

Fotografía tomada de la página de Nicole Mason en Unsplash

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