Menos ruido. Más respeto.

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En los últimos días, la Presidenta del Círculo de Empresarios dijo que prefería contratar mujeres mayores de 45 años o menores de 25 para que no se quedasen embarazadas. Descubrimos cómo un sindicalista se gastó, en un mes, más de 12.000€ en El Corte Inglés con las famosas tarjetas opacas. Que, por cierto, hacienda conocía los gastos de dichas tarjetas desde 2007 pero no los investigó. Vimos cómo la ministra de sanidad escurría el bulto en la gestión de la crisis del ébola mientras su partido acusaba a la auxiliar de enfermería infectada de “relajación" y se escudaba tras los protocolos (el fallo humano recurrente). El consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid afirmó que para ponerse y quitarse un traje no hacía falta un máster, al referirse a las quejas por la supuesta falta de formación de los profesionales sanitarios. No contento con eso, al ser cuestionado por dicha información remató que ”si tuviera que dimitir, dimitiría. Yo soy médico, tengo la vida resuelta“. Ojo con eso. Además, nuestro ex-ministro más machista pasó el examen para ser comisario de la Unión Europea. Conocimos cómo las agresiones homófobas aumentan mientras jueces y policías suelen tender a minimizar los hechos. Nos enteramos de que el ex-presidente catalán Pujol escondió durante 30 años una fortuna en paraísos fiscales o que históricos líderes sindicales regularizaron 1.4 millones de euros durante la amnistía fiscal impulsada por el Gobierno. Por último, una ocurrencia. El líder del PSOE afirmó que las mujeres víctimas de violencia de género, lo que merecían era "un funeral de estado”.

Son todas noticias de la última semana recopiladas en un rápido repaso a los diarios digitales. Es ruido. Un atronador ruido. El ruido de las instituciones instaladas en la niebla, en la incertidumbre, en la pérdida. Dando bandazos, las voces se multiplican, la controversia es intensa, los mensajes se diluyen y los riesgos en múltiples contextos se incrementan. 

La realidad es que, hasta la llegada de esta crisis que lo cambió todo, nos fiábamos. Nos dejábamos gobernar. Si acaso algo podíamos intuir, los adalides del tecnocratismo se apresuraban en confirmar que todo iba bien, que los mecanismos de control eran inquebrantables y que nuestra paranoia iba in crescendo. Pensábamos que los protocolos activarían y promoverían conductas responsables. Que el sistema se autoregularía.

Y muchos de quienes nos gobiernan nos faltaron profundamente al respeto.

Hoy pagamos el no haber sabido evaluar los riesgos sistémicos del pelotazo y el cortoplacismo. Pagamos la indecencia de quienes vociferaban una cosa y hacían la contraria. De quienes, con una falta de empatía inmensa, se atrevían a decir a quienes sufren que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. 

El verdadero crack es la falta de confianza en un sistema que se ha mostrado cruelmente irrespetuoso con los valores más fundamentales que debían guiar a nuestra sociedadLo que se da hoy es una pérdida sistémica de la confianza y eso nos atenaza e inmoviliza en la transición hacia una sociedad del conocimiento. La confianza en el sistema es fundamental para su progreso y para ello es necesario mirar al suelo y negociar nuevos acuerdos fundamentales. Nuevas relaciones. Nuevas responsabilidades. Un nuevo marco para resolver problemas complejos.

Dice Richard Sennett en “El Respeto” que la gente necesitamos confiar en nuestros gobernantes. Cuando lo hacemos, le concedemos la libertad para actuar sin una constante vigilancia y control. Sin esta autonomía, el sistema se resquebraja. Si el ciudadano no otorga autonomía al gobernante, el estado, la familia, se hunde. Sin respeto dicha confianza es imposible.

“Mientras que nuestro conocimiento continúa incrementándose exponencialmente, nuestra ignorancia relevante lo hace incluso con mayor rapidez” (Ravetz, 1987)

El problema es la confusión, no la ignorancia. Ninguna institución e ideología pueden sobrevivir hoy sin investigar, es decir, sin estar dispuestos a adentrarse en las dudas, las preguntas, la reflexión, la discusión, el riesgo y la creatividad. No les demandamos respuestas, sino que al menos tengan la humildad de hacerse preguntas para poder crecer colectivamente. No demandamos más y más ruido. Tan solo les pedimos que no nos sigan faltando al respeto.

 * La fotografía que encabeza el texto es de @1yen

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