Redes en la jerarquía y ego-cooperación.

¿Cómo se propagan las ideas? ¿Cómo se introyectan los nuevos enfoques o se difunden y se propagan formas nuevas de hacer en las organizaciones y en los equipos? ¿Cuándo fluye y cuándo sí conecta esa información con otros?

Y derivado de todo esto: ¿por qué a veces quienes nos movemos en los márgenes de la operativa / innovación nos quedamos en tierra de nadie? Como diría Lorena, ¿debemos resignarnos a experimentar bajo el radar?

Estoy disfrutando de la lectura de “Conectados”, de Nicholas A. Christakis y James H. Fowler. Este libro me provoca, porque más allá de la tecnología abordan la influencia de las redes con un abanico de ejemplos y referencias profundamente humanas (felicidad, música, dinero, política…).

En un capítulo reflexionan sobre la difusión de las nuevas ideas y la tecnología. Inicialmente se tendía a comparar la irrupción de la tecnología como una gota de tinta azul en un vaso de agua. Everett Rogers (en su libro Diffusion of Innovations) afirmaba que la tecnología se propagaba lentamente al principio, después con rapidez y después otra vez despacio según iba alcanzando al total de una población. Christakis y Fowler discrepan y lo complejizan: muchas ideas nunca llegan a despegar y la influencia de la decisión de una persona en la red puede ser limitada. (Touché).

¿De qué depende lo anterior? Los autores se centran en la estructura de nuestras redes sociales y en cómo afectan éstas a los flujos de información. ¿Qué niveles de confianza existen entre los miembros de la red? ¿Qué número de conexiones existen entre estas personas? ¿Cómo nos comunicamos? La idea central que subyace es que información e influencia tienden a propagarse mediante conexiones cercanas y profundas. Pero más allá del grupo, ¿qué lazos nos conectan entre grupos y con el resto de la sociedad?

Señalan que a la hora de intentar acceder a nueva información, a nuevas fuentes que puedan mejorar nuestras capacidades, nuestro desempeño o nuestra suerte, las personas no recurrimos a las conexiones más fuertes o más cercanas, sino a vínculos más débiles, y además, lo hacemos en redes de mayor tamaño. Alejándonos de nuestro círculo más íntimo encontramos diversidad, experiencias y conocimientos diferentes, y además dejamos de arrastrar nuestra mochila de prejuicios. Aunque puede que confiemos menos en esas personas, el valor de la conexión puede ser mayor.

Concluyen que a esas personas que tienen un mayor número de vínculos débiles se les pide más menudo consejo y se les ofrecen mejores oportunidades a cambio de información o acceso. Personas que actúan de puente entre grupos pueden terminar siendo centrales para el funcionamiento general de la red y la difusión de las ideas y la innovación.

No tenía la intención de irme tan lejos y me gustaría volver a las dinámicas intra-grupo… En el equipo, entre pares, entre personas diferentes que trabajan juntas. ¿Realmente colaboramos? En estructuras tradicionales tengo la sensación de que colaborar es eso que nos permitimos hacer cuando nuestro to-do nos da un respiro. Nunca hay tiempo porque hay trabajo que hacer. Lo dejamos para el mes que viene (que nunca viene).

Nos hartamos de leer textos acerca de la transformación de la cultura y los procesos de innovación y colaboración. No hay semana en la que no se aborden noticias acerca de la economía colaborativa, el emprendizaje o el intra-emprendizaje (perverso el sistema que promueve la rama de bambú para continuar oprimiendo). Pero si me fijo en lo pequeño, en mi terreno de juego, ¿cómo podemos conciliar colaboración en los equipos con contextos de alta exigencia, cortoplacistas y con climas burocratizados y de control? ¿Cómo apostar por la adaptabilidad, la flexibilidad, la escucha y la transparencia en el pase corto (el equipo) cuando el pase largo (la estructura) sigue anclada en dinámicas antagónicas? ¿Sobrevive la colaboración bajo un liderazgo 1.0? ¿Cómo cede un/a líder el testigo cuando lo humano es que nos mueva la posición y el ego? ¿Es posible esa dualidad de la redarquía en la jerarquía?

Manel Muntada se refería a toda esta transición hace un tiempo en su blog, cuando hablaba de la diferencia entre organizaciones cuerpo y organizaciones red. La concepción antropomófica de la organización, mayoritaria, es aquella en la que el cerebro es propietario y responsable de la estructura (vs por ejemplo la rodilla o pie), ejerciendo un rol preponderante que invisibiliza otras realidades y fuerzas organizativas. La concepción neural, en cambio, se inspira en las redes cerebrales, los “chispazos” y las conexiones nerviosas que se dan en el diálogo y la conversación. Hoy sabemos que son fundamentales para la vida. Embarcados en esta transición nos anima a continuar alimentando la confianza, la sinceridad, la transparencia y la coherencia en la interrelación entre las personas de un equipo. Manel apuntaba a la necesidad de recuperar la confianza (y a mí esto me lleva de nuevo a la escucha).

Porque si no, quienes apuestan por el compartir acaban ejerciendo de carrileros que corren solos la banda, sin nadie para rematar el pase de gol. Corren el riesgo de caminar en paralelo y que nunca nos encontremos. Y en muchos casos se les valorará más fuera que dentro de su propio equipo.

¿Qué me va a importar el medio plazo si no llego a fin de mes? ¿Cómo conciliar el trabajo operativo / del día a día, con el esfuerzo que requieren las nuevas dinámicas colaboradoras y de innovación? Podemos trabajar en proyectos con sentido para la organización pero, si no integramos y enganchamos, será un triste viaje en solitario.

* La foto de Will Stewart me ha recordado que juntas también podemos contemplar las estrellas.

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